Antagonismo moral entre capitalismo y socialismo

Por BARBARA BRANDEN

EL CAPITALISMO y el socialismo han sido considerados tradicionalmente como sistemas opuestos exclusivamente en lo económico y en lo político. Por lo tanto, es en términos de principios económicos y políticos como se ha librado la batalla entre ellos. Ciertamente, cada sistema representa en verdad una teoría mutuamente excluyente en cuanto a las funciones propias del gobierno y al verdadero funcionamiento de una economía, pero si uno examina sus dogmas, descubrirá en la raíz de sus doctrinas especificas y prácticas, que los separa un desacuerdo más fundamental.

Es en sus conceptos opuestos sobre la naturaleza del hombre y de sus relaciones propias con los demás hombres—en lo que cada uno sostiene que es lo bueno, lo justo, lo moral—donde está el nudo del conflicto entre el capitalismo y el socialismo.

¿Qué es el capitalismo? Económicamente, es un sistema en el cual los instrumentos de la producción son de propiedad de los individuos particulares que los explotan en beneficio propio. Las mercaderías y los servicios se intercambian por medio de la libre comercialización en un mercado libre, un mercado que no está regulado por decreto burocrático ni por lo que aquellos que pretenden representar a la mayoría deciden que es bueno para el pueblo; sino que se rige por la ley de la oferta y la demanda, lo que significa: por la decisión voluntaria de cada hombre determinando qué productos está dispuesto a producir, a comprar, y a vender, y a qué precio, dentro del contexto del mercado en el que negocia. La fuerza motriz del capitalismo, la fuerza propulsora que lo hace funcionar, es la voluntad de los hombres y el esfuerzo que realizan para utilizar su capacidad productiva con el objeto de crear riqueza. El fin que persigue el capitalismo es la obtención de lucro—un lucro privado, personal y egoísta—que pueden obtener todos los hombres desde el gran industrial hasta el tendero o el minero, cada uno en la medida de su capacidad, su esfuerzo y sus dotes personales. El capitalismo no aspira a lo que sus oponentes llaman "el servicio del bien público". Está interesado exclusivamente en el bien particular de los ciudadanos individuales, y sostiene que el bien debe ser logrado por esos ciudadanos como individuos. Espera que cada hombre alcance las alturas a que puede llegar en el trabajo que ha elegido, cualquiera sea éste, por su propia inteligencia, su propia voluntad, su propia virtud, y su propio esfuerzo. El capitalismo espera, y por su naturaleza exige, que cada hombre actúe en razón de su lógico interés propio. Así como no espera que un consumidor pague por cualquier producto un precio mayor que el más bajo al cual ese producto se puede obtener—ni espera que un trabajador acepte en retribución de su esfuerzo un salario menor que el que puede pagar el mercado—tampoco espera que el dueño de una fábrica venda sus productos a un precio menor que aquel que el público está dispuesto a pagar. Los dos motores del capitalismo son el lucro y la realización, uno en función del otro; el lucro no está en proporción a las intenciones, los anhelos, las necesidades, o los deseos del hombre, sino que está en proporción a lo que éste hace en realidad.

El sistema político lógicamente implícito en el capitalismo y que éste necesita, es el que limita la función del gobierno a la protección de los ciudadanos contra la violación de sus derechos, por la fuerza o el fraude y contra la invasión exterior. Así como sus principios económicos no tienen como objetivo el "bien público", tampoco lo tienen sus principios políticos; no reconoce la validez del concepto; no admite que el bien de alguien se pueda lograr dejando que algunos hombres decidan lo que ha de hacerse con la vida, la energía y las ganancias de otros hombres.

Reconoce que todo bien es sólo inherente a los hombres individualmente y que no hay razón moral alguna por la que se pueda obligar a un hombre a aceptar como finalidad de su trabajo y de su vida, el logro del bien de otro hombre.

¿Qué es el socialismo? Económicamente es un sistema en el cual los medios de producción son propiedad del Estado, no de los particulares, y son explotados en beneficio de la colectividad, no para que los productores obtengan ganancias personales. El Estado, no el mercado libre, es el que determina cómo y por quién deben ser producidas las mercaderías y prestados los servicios y cómo y entre quiénes deben ser distribuidos. El Estado se considera a si mismo la voz y la expresión de la mayoría de sus ciudadanos; identifica el bien del Estado con el bien público, y en cuanto a lo que se estima atañe al bien individual, sostiene que el bien del individuo debe lograrse sirviendo éste al bien del público—lo que prácticamente significa: sirviendo al Estado--, lo que en concreto significa: sirviendo al grupo de hombres en particular que está en el poder en un momento dado.

El socialismo se basa en la premisa de que el hombre, por su naturaleza, no es apto para la libertad, que no se le puede confiar que independientemente busque y consiga lo necesario para su vida, que no se puede confiar en que posea y comercie libremente lo que produce, que, si se les deja libres, los hombres viven como animales salvajes. Por lo tanto, los socialistas decretan que los hombres deben producir de acuerdo a las órdenes de una autoridad superior llamada el público, la sociedad o el Estado, y deben permitir que esta autoridad superior utilice el producto del trabajo de los hombres como crea conveniente. Según el socialismo los hombres deben producir no con fines de lucro sino con fines "de utilidad", la utilidad del público, sin tener en cuenta la ganancia de los que crearon lo que se está utilizando.

Cada vida constituye un fin por sí misma

¿QUÉ PREMISAS MORALES opuestas están implícitas en las doctrinas del capitalismo y del socialismo?, ¿del individuo y del colectivismo?. Fue Ayn Rand, en sus novelas en favor del individualismo, The Fountainhead y Atlas Shrugged, quien definió el antagonismo fundamental entre el individualismo y el colectivismo, y afirmó que sus conceptos morales opuestos se manifiestan en sus respuestas a esta simple pregunta: ¿tiene el hombre el derecho a existir por sí mismo?

El individualista contesta: sí. El colectivista contesta: no, y afirma que el hombre existe, no por derecho, sino en virtud de un permiso que le ha sido otorgado por la sociedad, un permiso que depende de los servicios que él preste a la sociedad.

El individualismo sostiene que una vida humana constituye un fin por sí mismo. El colectivismo sostiene que la vida del hombre es un medio para llegar a un fin que debe ser designado por la sociedad. El individualismo sostiene que el hombre posee, por naturaleza, el derecho a la vida, a la libertad, y a la búsqueda de la felicidad. El colectivismo sostiene que el hombre posee, por naturaleza, el deber de sacrificar su vida, su libertad, y su felicidad cuando y dondequiera la colectividad se lo exija. El colectivismo considera al hombre como propiedad cuyo título ha sido firmado, sellado y entregado a aquellos que alegan representar a sus semejantes; el hombre debe existir para ellos, debe estar a su servicio y a sus órdenes.

Por mucho que insistan los colectivistas en que el individuo en realidad se beneficia con su sistema, ninguna otra premisa puede respaldar la coerción de que es objeto el individuo por voluntad de la masa, como la que establece que el hombre no posee el derecho a existir por si mismo; la premisa de que el interés y el beneficio propios son perjudiciales. Todos los insultos y todas las críticas que se han proferido contra la economía libre se han basado siempre en el supuesto de que no es moral que los hombres busquen su provecho y que la moralidad consiste en sacrificar el interés propio al bienestar de otros.

Las preguntas que todo hombre que predica el colectivismo debe formularse son éstas: ¿Tengo el derecho de forzar a otros hombres a trabajar en beneficio mío? ¿Son mías sus vidas? Si yo no tengo ese derecho, si ellos no son bienes de mi pertenencia, ¿tengo el derecho de forzarlos a trabajar en beneficio de otros? Y si yo no tengo este derecho, ¿lo adquiero en virtud del hecho de que otros hombres como yo que se llaman a sí mismos "el público" desean unirse a mi en la actividad de forzar a los hombres a trabajar para otros fines que ellos han elegido voluntariamente? ¿No es acaso el derecho del hombre a existir lo que me hace considerar como nocivos los actos de un asaltante que coerciona y que roba? ¿Por qué este razonamiento pierde validez cuando la coerción y el robo son cometidos, no por un asesino individual, sino por el Estado?


Las decisiones de la mayoría nos dicen lo que la gente desea en ese momento; pero no lo que le convendría desear, si estuviera mejor informada. Y esas decisiones carecerían de valor, si no pudieran ser modificadas por medio de la persuasión. Al estarse en favor de la democracia, tiene que ser supuesto previo que toda opinión minoritaria pueda convertirse en mayoritaria.

F.A. HAYEK "The Constitution of Liberty".

La idea de que el gobierno deba ser guiado por la opinión de la mayoría, sólo tiene sentido en el caso de que aquella opinión sea independiente del gobierno. El ideal democrático se funda en la creencia de que la opinión que debe dirigir la acción del gobierno, se origina en un proceso espontáneo e independiente. Por tal motivo, requiere la existencia de un amplio sector, independiente del control de la mayoría, dentro del cual los individuos puedan formar sus opiniones.

F. A. HAYEK, "The Constitution of Liberty"

La gente cree que en la economía de mercado existen "patronos", que son independientes de la buena voluntad y el apoyo del pueblo. Eso es una ilusión. Los verdaderos "patronos" son los consumidores; si éstos dejan de comprar en determinadas empresas o un producto, esos empresarios se ven obligados a cerrar o a ajustar sus actos al deseo de los consumidores.

LUDWIG VON MISES

Si la verdadera chispa de la libertad religiosa y civil fuera vigorizada habría de convertirse en llama. El poder humano no puede extinguirla. Como el fuego central de la tierra, puede quedar oculta algún tiempo; puede el océano apagarla; pueden comprimirla las montañas; pero su fuerza inherente e inconquistable habrá de sobreponerse tanto al océano como a la tierra, y tarde o temprano, en un sitio o en otro, el volcán surgirá llevando su flamear hasta los cielos.

Daniel Webster

(Tomado de Ideas sobre la Libertad, Año II, Junio de 1961, Número 7, pág.17 a 20, Centro de Estudios sobre la Libertad)

Bibliografía

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